La lectura, conventos, salones y el nacimiento del feminismo.

La palabra «feminismo» no entra en vigencia hasta finales del Siglo XIX, pero ya a principios del Siglo XVIII, mujeres de diferentes partes del mundo cuestionaban la desigualdad de género y comenzaban a escribir y discutir sobre el lugar de la mujer en la sociedad. Tanto de forma individual como colectiva, un grupo élite de mujeres empezó a alzar su voz en contra de la posición subordinada de la mujer, y expresaron sus deseos de mayores derechos e igualdad.

Las mujeres eran consideradas inferiores al hombre, en nivel intelectual, cultural y social. A medida del avance de los siglos, los cambios tecnológicos y sociales, y el crecimiento del comercio y la industria crearon una clase media floreciente, en la cual los roles sociales eran bien definidos – la esfera pública del trabajo y la política era vista únicamente como masculina, mientras las mujeres eran rezagas a la esfera privada del hogar, distinción que se iba a afianzar cada vez más al pasar de los años.

En el Siglo XVIII, la tecnología también transformó la industria editorial, haciendo posible el flujo de revistas, panfletos, novelas y poesía, todo este material impreso iba esparciendo información y nuevas ideas. Por supuesto, solo las mujeres blancas y educadas de la clase privilegiada eran las beneficiadas con este material, y algunas de ellas, a pesar de las restricciones sociales, recurrieron a la escritura para expresar ideas feministas a través de la palabra impresa.

Este es el caso de la británica Mary Astell, quien en el año 1700, en su libro Some reflexions on Marriage, argumenta que Dios creó al hombre y a la mujer como almas igualmente inteligentes. También para el año 1734, el código civil sueco garantiza ciertos derechos de las mujeres, entre ellos prohibe al hombre vender las propiedades de su esposa sin su consentimiento. (Mangan 2019: 18-19).

Jean Honoré Fragonard, – La lectora, hacia 1776, (Washington, National Gallery)

El convento: espacio privilegiado para mujeres.

Por su parte en Suramérica, específicamente en Lima, hacia los años 1700, los conventos para mujeres se convirtieron en espacios privilegiados. Debido al control patriarcal predominante, algunas mujeres buscaban en el claustro un refugio y protección. El convento como espacio e institución les ofrecía la oportunidad de desarrollar su vocación religiosa e intelectual.

Las viudas o mujeres solteras, usualmente de fortuna, buscaban en el convento una oportunidad para aislarse de la violencia de ese tiempo e intensificar sus prácticas piadosas. Por su parte, a las niñas y mujeres jóvenes, en su mayoría huérfanas, se les enseñaba a leer y a escribir, y en algunas congregaciones se consideraba a la lectura como un auxiliar esencial para la meditación. (Hampe Martínez : 113-114)

Incluso algunos autores han enfatizado a los conventos como espacio de «subcultura» femenina, que permitía a sus integrantes ejercer una influencia política y expresar talentos que no hubieran podido desarrollar plenamente en el caso de permanecer en la esfera mundana, vale decir, en una sociedad dominada por hombres. (Hampe Martínez 2013: 113-114)

A partir de ese encuentro entre pares, surgió una libertad de creatividad y una variada literatura, diversa en género, entre los que destacan la epistolar y la poesía. Sin embargo, la producción textual de mujeres latinoamericanas en la época colonial revela las deficiencias de su formación intelectual, pero destacan dos casos excepcionales.

Según Hampe Martínez (2013), en el virreinato peruano del siglo XVII, dos poetas anónima con los sobrenombres Clarinda y Amarilis, tuvieron una presencia trascendental, sin embargo su producción poética no logró continuidad por el escaso valor literario escrito por otras mujeres de su época.

Amarilis, según afirma Hampe Martínez (2013), creó una pieza epistolar de autoría encubierta dirigida a Lope de Vega, y que éste dio a conocer en las páginas preliminares de La Filomena (Madrid, 1621).

Clarinda realizó «una apropiación del discurso modélico en loor de la poesía, empalmando con la tradición de los elogios poéticos llevados a cabo desde el Medioevo» (Hampe Martínez 2013: 115-116). Pero lo que hace especial el testimonio, en la opinión de Trinidad Barrera (1996), es su recurrencia a la voz y la imagen femenina.

La misma actitud fue la asumida por la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), quien resaltó sobre el papel su condición de subalterna, subordinada e inferior, y además escribió sobre el amor, el feminismo y la religión en poesía y prosa.

La poeta mexicana convirtió el convento en un salón, visitado por la élite intelectual de la ciudad. Entre ellos estaba la condesa María Luisa de Paredes, vicereina de México. Su crítica de la misoginia y la hipocresía de los hombres la llevaron a ser condenada por el obispo de Puebla, y en el año 1694 se vio obligada a vender su colección de libros y centrarse en la caridad hacia los pobres. 

Miguel Cabrera, Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, c. 1750.(Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México)

También es necesario mencionar el caso de Rosa de Santa María (1586-1617), la primera persona nacida en las Américas que mereció el privilegio de ser canonizada por la Iglesia en Roma. Aunque la santa no encaja en la percepción de monja escritora, sus milagros y virtudes han sido transmitidos oralmente, y es considerada con una posición privilegiada en el discurso femenino de la época colonial, según la tesis doctoral de Carolina Ibáñez-Murphy (1997- cap. 3).

El salón: un hall para mentes femeninas.

De la misma manera que Sor Juana Inés de la Cruz creó un salón con las monjas de su convento para intercambiar ideas con la élite intelectual mexicana, Mariquita Sánchez (1786-1868), patriota y primera salonnière de Argentina, reunió en tertulia a las principales personalidades de su tiempo.

Desde su salón en Buenos Aires se discutieron los temas más delicados, así como temas literarios. Sánchez ha sido considerada una de las primeras mujeres argentinas políticamente activas y la figura femenina más activa en el proceso revolucionario. También fue una defensora pionera de la necesidad de educación para las mujeres.

Mariquita Sánchez es ampliamente recordada en la tradición histórica argentina porque el himno nacional argentino fue cantado por primera vez en su casa, el 14 de mayo de 1813. 

Salón de Mariquita Sánchez en Buenos Aires, 1813. Pintado por Pedro Subercaseaux.

Por otro lado, en Inglaterra, en el año 1750, nace la denominada «Sociedad de Medias Azules» o Blue Stockings Society, un grupo informal de discusión formado por mujeres y hombres invitados.

La palabra salón fue usada por primera vez en Francia en el Siglo XVII, derivado del italiano salone, cuyo significado es pasillo largo. Catherine de Vivonne, la marquesa de Rambouillet (1588-1665), fue una de las primeras mujeres en establecer un salon, ubicado en su casa en París, en un cuarto que comenzó a ser conocido como Chamber bleu (El salón azul). Su éxito como anfitriona literaria inspiró a mujeres a adoptar roles intelectuales y de liderazgo social como salonnières.

Los salones eran un espacio seguro para las mujeres, en donde una vez al mes podían exhibir su curiosidad intelectual y mantener «conversaciones racionales», acompañadas por una taza de té o una limonada, algo de música y la compañía de unos pocos hombres invitados.

En Londres, la premier del salon estuvo de la mano de la escritora Elizabeth Montagu, quien estaba casada con un hombre rico. La también conocida como la «Reina del Blues» fundó  «La Sociedad de Medias Azules», de la mano de la intelectual irlandesa Elizabeth Versey y otras mujeres con ideas afines.

El nombre proviene de la preferencia de los hombres por medias azules en lugar de negras para eventos diurnos, lo que simbolizaba una ocasión menos formal. En los encuentros, usualmente prolongados hasta la medianoche, estaba prohibido beber alcohol y el juego de apuestas, diversiones usuales para la época.

Los objetivos de la «Sociedad de Medias Azules» eran animar a la discusión de arte y literatura; proveer un espacio en donde miembros femeninos invitaban hombres para conversar como iguales; el apoyo mutuo de mujeres quienes desean escribir y ser publicadas; y promover las relaciones sociales en las cuales la conversación sustituía el juego de apuestas y el alcohol.

Aspiraciones literarias de la «Sociedad de Medias Azules».

Las Medias Azules apoyaban la educación de la mujer y a las mujeres con aspiraciones de escritoras, como Fanny Burney, Anna Laetitia Barbauld, Hannah More y Sarah Scott. Estas mujeres de papel y pluma retaron las nociones tradicionales sobre la mujer y sus capacidades intelectuales, no solo proporcionando comentarios sobre literatura clásica sino escribiendo sus propios poemas, novelas  y obras de teatro.

Al pasar del tiempo, algunas de las mujeres miembros de las «Medias Azules» se independizaron económicamente y lograron ganarse la vida con su trabajo. En lugar de ser catalogadas como traidoras al orden de superioridad masculina, las mujeres de este grupo fueron consideradas bastiones de la virtud femenina y la inteligencia.

En 1778, el artista Richard Samuel retrató nueve de las más eminentes miembros de esta Sociedad como las clásicas musas y símbolo de orgullo de la nación.

Retratos de las Musas en el Templo de Apolo. por Richard Samuel © National Portrait Gallery. Personas representadas: Elizabeth Carter, Anna Laetitia Barbauld, Hannah More, Catharine Macaulay, Elizabeth Montagu, Angelica Kauffman, Elizabeth Griffith, Elizabeth Ann Linley y Charlotte Lennox.

Conclusión.

A través de la historia nos damos cuenta cómo la lectura y el desarrollo del pensamiento crítico en espacios sociales como los conventos o salones, han sido los propulsores de una conciencia colectiva y una voz pública de las mujeres, incluso algunas de ellas se hicieron más poderosas, persiguiendo carreras literarias exitosas.

Mujeres se proclamaron a sí mismas iguales ante los hombres en el reino de las ideas y la inteligencia, algo que parecía imposible antes del éxito de los salones.

Dentro de los 50 años después de la primera reunión de las «Medias Azules», mujeres educadas se fueron transformando de figuras de estabilidad social y cohesión a rebeldes y radicales, una pieza fundamental en una época de revoluciones en Europa y América.

Se puede afirmar, a modo de conclusión, que la lectura es la real propulsora del nacimiento del feminismo.

Referencias

Hampe Martínez, T. (2013). Historia de las mujeres en América latinapágs. 109-121.  Recuperado 27 febrero, 2019, de https://www.um.es/estructura/unidades/u-igualdad/intranet/docs/historia-de-las-mujeres-en-america-latina.pdf

Mangan, L. (2019) The Feminism Book: Big Ideas Simply Explained. London, Dorling Kindersley Ltd.

Ibáñez-Murphy, C. (1997). Santidad e identidad criolla: estudio del proceso de canonización de Santa Rosa. Cuzco, Perú: Centro Bartolomé de las Casas. 1998. 144 p. (Cuadernos para la historia de la evangelización en América Latina; 20)

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