Icamole es un pequeño poblado que forma parte del municipio de García, a unos 40 kilómetros de Monterrey, la capital del Estado de Nuevo León, al norte de México. Dicho asentamiento humano es el escenario donde se desarrolla la novela “El último lector” (2004) del escritor regiomontano David Toscana.
El desierto, la sequía, el calor son las características no solo de Icamole, sino de gran parte de esta región mexicana. El epicentro de la historia es un crimen que se comete en dicho pueblo, por lo que las autoridades tendrán que realizar las investigaciones y pesquisas correspondientes para dar con el o los responsables. Dentro de este pueblo, existe una biblioteca, con su respectivo guardián bibliotecario: Lucio, personaje por demás importante en todo el trayecto del relato de Toscana.
Lucio es viudo y es padre de Remigio. El perfil bibliotecario del protagonista es de un amante de los libros, celoso, que no tiene deseos de formar parte del gremio bibliotecario, así como un lector-editor exigente: entremezcla la vida con la literatura, algunas veces con acierto algunas otras como un obsesivo. Esto último lo demuestra constantemente a través de toda la obra:
“Leo los libros uno a uno para saber si los dejo en los estantes o los mando al infierno” (página 107). Tiene sus teorías y prejuicios desarrollados por los años “también los libros se compran por impulso” (página 107)
Lucio es un bibliotecario de pueblo que se resiste a entender que se forma parte de un gremio, que se convocan reuniones para aprobar, discutir diversos temas que implican conformar una red de bibliotecas: “cuando visitó Monterrey durante la reunión estatal de directores de bibliotecas, sus colegas le hicieron sentir torpe. En las mesas de trabajo se habló de sistemas de clasificación, de los métodos de conservación de libros, del control de préstamos y la manera de atraer lectores” (página 114). “¿Control de préstamos? Yo no presto nada. ¿Conservación? mis libros han de durar poco,; cuando muera, ellos podrán hacerlo. Y, por, sobre todo, despreció los métodos para catalogar. Un especialista habló la manera de ordenar los libros según el tema, la fecha de publicación…Jamás habló de separar los libros buenos de los malos” (página 115).
David Toscana tiene una amplia trayectoria como escritor. Parte importante de sus historias nacen y se desarrollan en Monterrey y municipios aledaños. En “el ultimo lector” podemos apreciar el talento de Toscana para entrelazar poética y violentamente la literatura con la vida misma, esto lo enfatiza durante toda la obra sirviéndose de Lucio, el bibliotecario, que es tan exigente con sus lecturas y con los escritores que se anima incluso a lanzar críticas literarias a la biblia: propone que ciertos pasajes bíblicos se pudieron haber escrito mejor.
Ya lo decía enunciados atrás: este bibliotecario es huraño, anti social, no le gusta convivir con colegas ni con los usuarios o quizá solo le interesa recibir usuarios que demuestren cierto conocimiento o recorrido intelectual.
La imagen social del bibliotecario y de la bibliotecaria que tiene décadas paseándose en el inconsciente colectivo ahí está: un ser rodeado de libros que su labor está intrínsecamente ligada a dicho artilugio. Por supuesto, habemos miles de colegas que sabemos que las actividades van más allá. Ser bibliotecarios es un oficio que tiene tradición. Que algunas manifestaciones de los medios masivos sigan fortaleciendo dicha imagen es tarea de cada uno y cada una de nosotras, sobre todo si se tiene la intención de mostrar esa faceta de ser agente de cambio en la vida de los usuarios. Que cada “librarían” se esfuerce por lograr la imagen profesional que vaya acorde con sus más profundas convicciones.
Bibliotecarias, bibliotecarios, ya sean asertivas, prejuiciosos, poco o muy propositivos, creativos, inspiradores, cerrados a nuevas ideas, habrán de seguir laborando en las bibliotecas. Finalmente, como en el poema de culto “Desiderata” podemos leer : “escucha a los demás…tienen su propia historia”, sucede igual con Lucio, el bibliotecario de Toscana, a pesar de su recelo con los usuarios y sus demás colegas, nos regala una atinada observación sobre nuestra ya conocida finitud como seres humanos:
hay más libros que vida.
Bibliografía:
Toscana, D. (2004) El ultimo lector. Debolsillo