El título del post de hoy corresponde a la opinión de Jazmín Miranda, a quien conocí hace algún tiempo, mientras cursaba su último año de educación secundaria en un establecimiento educacional en Chile. Su comentario fue tan honesto y decidor, que me dejó inquieta hasta el punto que hoy, casi 4 años después, lo rescato para titular este artículo.
A Jazmín no le gusta leer, o al menos no le gustaba en la época que la conocí. Estudiaba en un liceo con resultados sobresalientes en el SIMCE, sin embargo ella tenía un promedio de notas en lenguaje que bordeaba el 4,5 (en la escala de notas chilenas, es un desempeño bajo). Me contaba que cada vez que agarraba un libro, le da sueño y no logra concentrarse. Por eso, leía en forma parcial porque en realidad nunca termina de leer un texto en forma completa. De forma muy directa, reconocía que aunque hubiese tenido mucho tiempo libre, aun asi no se habría interesado por leer, ya que no creía que el libro le aportase algo que la televisión, las películas o los programas culturales no pudiesen ofrecerle.
Opiniones como las de Jazmín son más frecuentes de lo que quisiéramos, pero hasta ahora no hemos logrado -como sociedad- presentar al libro y la lectura de una forma que le resulte atractiva a las jóvens como esta estudiante chilena, quienes quizás podrían sentirse interesadas en leer si hubiesen tenido una guía, consejo o sugerencia en el momento adecuado. A cambio, seguimos teniendo en los medios una gran variedad de noticias respecto al nivel de comprensión de lectura y los hábitos que le acompañan. Precisamente esta semana, el Observatorio del Libro y la Lectura de Chile presentó los resultados de una encuesta titulada: ¿Dónde lees tú? que da cuenta de algunos de los lugares y espacios favoritos en los que los chilenos preferimos leer. Análisis de este tipo tenemos por doquier: desde diversos ángulos las instituciones públicas y privadas nos informan cuánto, cómo, dónde y qué preferimos leer los habitantes de los diferentes países Latinoamericanos. Sin embargo, falta el tipo de antecedente que permita caracterizar los intereses de segmentos más acotados, como por ejemplo la tercera edad, los jóvenes, los profesionales que se desempeñan en áreas en las que la información es uno de sus principales insumos, u otros nichos específicos que es preciso observar.
¿De qué forma podemos entender mejor a nuestros lectores en las bibliotecas?.
Esa pregunta me da vueltas desde hace años, y como una forma de atisbar respuestas, comencé a realizar algunos estudios que me premitiesen entender a un grupo muy relevante paa mi quehacer: los estudiantes secundarios y los universitarios. Los mismos que ya no son niños, por lo cual ya no disfrutan «la hora del cuento» ni sesiones de lectura entretenida, pero que tienen pleno derecho a formarse comolectores, aunque en su primera infancia no les hayan incilcado el hábito en sus familias.
Los mismos estudiantes -en el caso de los secundarios- que durante sus últimos tres años escolares son instados a rendir ante pruebas y test para medir su nivel de comprensión de lectura en pos de mejorar sus desempeños en las pruebas nacionales SIMCE y PSU. Análisis e investigaciones en torno a los puntajes y los ranking de esos instrumentos nacionales están a la orden del díam, ya que de los resultados SIMCE de cada año pueden surgir, incluso, hasta políticas públicas educativas. Educativamente estamos acostumbrados a medir y evaluar, pero a veces no se nos ocurre preguntarle, a los mismos jóvenes que sometemos a evaluación, algo tan simple y directo como: ¿qué te gusta leer?.
Por esa razón, he realizado algunas intervenciones en establecimientos educacionales, tratando de dilucidar las razones por las que a algunos les gusta leer, y a otros no. Uno de los estudios que hice fue recogido por un periódico, rescatando el poco uso que le dan a las bibliotecas escolares. El artículo se tituló: «Uno de cada cinco adolescentes nunca visita la biblioteca de su colegio» a señalar algunos de las conclusiones a las que llego en torno al escaso uso que los adolescentes le dan a las bibliotecas escolares CRA en Chile. Al igual que ustedes, creo que esa es la punta del iceberg.
La lectura como insumo bibliotecario
Me inquieta pensar que los bibliotecarios, quienes trabajamos en función de aquello que la gente lee y consume, no siempre tengamos el acento en las conductas de lectura de nuestros usuarios. Pareciera ser que la «disponibilidad de la información y las fuentes de acceso» son más relevantes, sin pensar si las personas se interesan por leer aquello que, con tanto esmero, ponemos a su dispisición.
Evidentemente hacemos estudios de demanda y analizamos indicadores de uso. Me arriesgo al señalar que, con preocupación, observamos que las cifras decaen paulatinamente. Sin embargo solemos creer que una buena estrategia de difusión, más acceso digital y una adecuada campaña podrán ayudar a levantar la alicaída demanda presencial en las bibliotecas. Cuando en realidad, uno de los aspectos que debería preocuparnos, es la conducta de lectura que hace que las personas vayan a la biblioteca y disfruten leyendo. Y no me refiero sólo a novelas o textos literarios. Me refiero a la lectura en su acepción más amplia.
Sin duda la problemática no nos compete sólo a los bibliotecarios: hordas de especialistas, profesores, linguistas, psicólogos educacionales, sociólogos y otros profesionales tratan de encontrar una explicación: ¿Cómo lograr que las personas lean más y mejor?. Pero seguimos dando tumbos y esgrimiendo variados argumentos para explicar ago que, a veces, ni siquiera nosotros logramos entender respecto a nuestros propios usuarios.
Cuando la lectura puede ser casi una tortura
Los jóvenes actualmente están acostumbrados a realizar actividades que se interconectan entre si y que son, generalmente, de rápida resolución: envían mensajes de texto, postean en blogs, suben fotos a flickr y envían mensajes a twitter. Los videojuegos, también contribuyen a que se familiaricen y se sientan cada vez más cómodos en un ambiente donde el intercambio de información es instantáneo. En este escenario, en el que un joven en pocos minutos ha pasado de una ventana a otra en su computador, ha enviado un par de mensajes en WhatsApp, y ha hablado por teléfono mientras juega play station, la lectura les parece una actividad que demanda esfuerzo, que implica pasar horas sentado, concentrado sólo en una sola cosa. Y si además el libro o la novela de turno no es de su agrado, entonces obviamente la lectura termina siendo una especie de tortura.
Como consecuencia, el joven lee por la meta cortoplacista de obtener una buena nota, cosa que tan pronto se cumple le lleva a relegar el libro, hasta la próxima prueba. A ello se suma el hecho que los jóvenes les gusta estar en permanente movimiento, algunos son hiperactivos y la sola idea de estar mucho rato sentados le parece abrumadora. El hipertexto y la multimedia les ha acostumbrado a pasar de un tema a otro, a focalizar su atención por pocos momentos, y a satisfacer, de esa forma, lo que sea que les llame la atención. Bajo ese contexto, no es de extrañar que los indicadores de lectura disminuyan. En especial si se trata de una biblioteca escolar, cuyo foco son los jóvenes.
¿Leo y luego existo?
Uno de los puntos más importantes es la identificación de los jóvenes con determinados temas, y la forma como valoran aquellos que sienten como propios o representativos de su realidad. Y esa es justamente una de las conclusiones a las que he llegado en mi devenir bibliotecario: los jóvenes pueden ser bastante taxativos a la hora de señalar que disfrutaban la lectura, siempre y cuando ésta sea de temas de su interés . No sienten motivación por leer una temática que les es ajena. La mayoría de aquellos con quienes me ha tocado trabajar en forma directa en estudios e intervenciones en terreno, señala que si encontrasen más libros que se relacionasen con sus gustos personales, probablemente leerían más. No obstante, dado que entre sus conductas previas no está la búsqueda y lectura de libros, entonces sucede que ese estudiante no lee.
En esta línea, he encontrado una serie de tres post titulados «Contra la animación lectora»que explican muy bien la sensación de los jóvenes hacia la lectura. Para los interesados en profundizar en este tema, les dejo la primera, la segunda y la tercera parte. Todos escritor por Andrea Berríos, Licenciada en letras y con una buena cuota de experiencia fomentando la lectura en las salas de clases de liceos y colegios chilenos.
Relaciones y consecuencias más allá de las obvias
Natalia Duque, colega Infotecaria, comentaba en uno de sus post «A propósito de nuestras prácticas bibliotecarias: un momento para reflexionar» los cuestionamientos que, como profesionales de la información, debemos plantearnos en forma periódica. Dentro de esas reflexiones y disquisiciones, considero también los hábitos de lectura y su relación con las habilidades informacionales. Los lectores frecuentes, ¿deberían tener más destrezas en el uso y búsqueda de la información?, ¿deberían ser más rápidos y precisos a la hora de usar las fuentes? ¿Deberían comprender mejor lo que leen, y de esa forma estructurar mejor los contenidos?.
Hasta ahora mis devaneos me llevan a pensar que sí, que debería haber una relación estrecha entre un buen lector y sus competencias informacionales. Pero dejaré para otra oportunidad las razones que me llevan a pensar de esa forma.
Por el momento, libero la pluma a mis colegas para que se pronuncien al respecto.