El objetivo de este post es compartir algunas reflexiones sobre la representatividad de los libros en las denominadas bibliotecas indígenas, considerando la disyuntiva que genera la lecto-escritura en culturas ágrafas y la importancia de construir el propio acervo bajo un carácter endógeno e interrogativo. El texto pretende un mínimo abordaje filosófico sobre el concepto de identidad en relación a la utilidad social de los documentos, creados por los libros vivientes de la propia comunidad.
Un estante con libros…
Ante nuestros ojos se torna visible el simbólico perímetro de una comunidad indígena, entre las casas pequeñas se observa un centro comunitario, para los paisanos representa un espacio de reunión, de encuentro entre semejantes. Pasando el portón principal hay una puerta mal pintada, adentro hay estantes con libros, se trata de una biblioteca y al parecer, la irremediable e imprevista asociación le agrega la etiqueta de “indígena”. Es eso, un concepto asociado por un contexto geográfico, pero los libros están en cualquier parte, sin ningún tipo de criterio, son manuales en castellano con las tapas quemadas o dobladas, enciclopedias incompletas rescatadas de un basural, diccionarios viejos donados por escuelas, decenas de folletos educativos tirados en el piso y en un rincón algunos biblioratos y carpetas.
Lo que vemos no es una biblioteca indígena, es un espacio de socialización de la cultura, un modo de dar a entender que esos materiales, ofrecidos con gestos paternalistas, pueden ser apropiados como una idea, pero no son representativos. Representan lo que nunca tuvieron: el acceso a una cultura escrita, que históricamente desconocieron, y que nunca tendrán interés por leer.
El sentido práctico de ciertos libros: interpretación de imágenes, comparación de técnicas.
Ana Medrano, una paisana qom de Derqui, observó un libro guaraní sobre cestería. No leyó las palabras, consultó las imágenes de los canastos, comparó los trenzados, el uso del color, el tipo de material. Viendo las fotos se pudo dar cuenta de la técnica, la utilidad del libro como objeto, la enseñanza de las ilustraciones, el conocimiento. Con el libro pudo hacer su propia versión del recipiente trenzado con hojas de palma, si hubiese registro fotográfico se podrían comparar los trabajos, encontrar puntos de interrelación entre una cultura y otra. Construir nuevo conocimiento.
El hecho sugiere múltiples reflexiones. Libros en bibliotecas indígenas. Libros-objeto creados artesanalmente, con textos propios, que hablan sobre lo local, que se pintan a mano y se cosen en silencio. Libros que guardan palabras. Libros pensados como artefactos que permiten un contacto con otros sistemas de pensamiento. Libros que forman un puente desde donde transitar disyuntivas y proposiciones. La colección de una biblioteca indígena.
El acervo y la Identidad: hacia una construcción social del conocimiento
Se comparten algunos ejemplos que en cierto modo facilitan un entendimiento de lo que significa construir socialmente conocimiento desde una unidad de información. Hace un tiempo, desde el Ministerio de Cultura colombiano, se creó la Biblioteca Básica de los Pueblos Indígenas de Colombia, publicaron una serie de antologías de relatos y poesía pertenecientes a pueblos indígenas locales, una colección de mitos uitotos, textos y manifiestos del movimiento indígena del último siglo, y la obra bilingüe de tres poetas jóvenes que escriben respectivamente en wayuu, camëntsá, quechua y español. Una situación cada vez más frecuente entre autores indígenas. Se trata de un material amplio y variado que reúne parte de la obra cultural histórica y actual de más de veinte pueblos indígenas del país, libros que pretenden escuchar mientras intentan salvar conocimiento, libros que buscan recuperar lo que los antiguos pintaron en las piedras. Libros que buscan tender puentes hacia otras formas de entendimiento. No deja de ser un notable esfuerzo editorial y la posibilidad concreta de articular diferentes espacios disciplinarios.
Personalmente me he llegado a preguntar/cuestionar si los libros que la Editorial Ecuatoriana Abya Yala publica, sobre temática indígena, pueden representar la colección de una biblioteca indígena. Es preciso avanzar en varias direcciones: producción de libros con investigadores de la cultura; libros-objeto generados en forma local; archivos orales; materiales y artefactos con información que puede prescindir de los registros gráficos (quipus-molas-guardas-piedras decoradas-logotipos-ornamentos y símbolos entre otros). Los libros de esta editorial ofrecen conocimiento abordado desde adentro y desde afuera de la cultura, aporta material bibliográfico de interés que bien puede tener sentido en el estante de una biblioteca indígena. Para el paisano es una posibilidad de refutar o complementar conocimiento, para el investigador una manera de enriquecer el atravesamiento de diferentes miradas en torno a las verdades originarias.
Es preciso pensar el espacio de la biblioteca como un signo de identidad, representativa de los valores culturales, y pensar sobre todo en la representatividad de las colecciones. Existe un ejemplo estético, que incluye “la inclusión social”, pertenece a la Cooperativa Eloísa Cartonera de Argentina, quienes han logrado promover la publicación de libros de cartón pintados a mano por gente en situación de calle. Más allá del contenido editorial, el formato de trabajo ha sido realmente representativo de un numeroso colectivo que incluyen editores, artistas plásticos, artesanos y escritores. En otros países la idea de una editorial cartonera –replicada en amplios contextos– incluyó diversas expresiones artísticas (graffiteros, mosaiquistas, ceramistas) que hicieron de cada libro una obra única, irrepetible. Se trata de un movimiento social que ha motivado con sus intervenciones simbólicas un sentido de pertenencia hacia una identificación cultural.
Hacia ese modo de representación deberían avanzar las bibliotecas indígenas, generar conocimiento desde la participación local y comunitaria, ofrecer un modo de entendimiento, que es a la vez una manera de construir identidad. El tema es si lo que ofrece la biblioteca representa lo que cada comunidad sabe y conoce, si lo que construye el bibliotecario con su comunidad permite una genuina afinidad con la memoria histórica del pueblo. No se tratan de ideas nuevas, pero es necesario avanzar interpelando las mismas.
Crear el propio acervo es una tarea en apariencia simple, sin embargo su construcción le otorga a la biblioteca acaso la mayor de sus fortalezas: documentos propios que el usuario no podrá encontrar en otras unidades de información. Documentos que dicen algo de la historia, del conocimiento y de la identidad del espacio social donde se encuentra instalada la biblioteca.
Existen ejemplos institucionales cuyas ideas se pueden replicar en contextos más específicos. Desde 2012, en la Biblioteca Nacional Argentina, un equipo interdisciplinario de bibliotecarios, informáticos, diseñadores web y profesores de Letras, trabajan en forma colaborativa con varias instituciones en un proyecto de biblioteca digital centrado en los contenidos y que pone énfasis en la anotación semántica con un enfoque de Web 3.0. Se trata del Acervo Digital Anotado de Literatura Argentina. Lo interesante de este trabajo es que a través de diferentes líneas de navegación, se ofrece al usuario una posibilidad de acceso a textos y anotaciones marginales que otorgan arborescencia a los conceptos, multiplicando el contenido de cada material.
En su artículo denominado “Lugares entre no lugares” Pedro Falcato afirma que la identidad “tiene relación también con el contexto vital y con las raíces de los seres humanos, por lo cual las bibliotecas deberían interesarse especialmente en incorporar documentos sobre lo local y diferente, lo que tiene que ver con la propia región, vidas e idiosincrasia, para que ese caudal no se pierda y mediante las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la comunicación, forme de hecho y de derecho parte del patrimonio de toda la humanidad. De esta manera se tiende a enfatizar que nuestros usuarios no solo son consumidores, sino generadores de información y conocimiento, de manera tanto individual como colectiva.
Si las bibliotecas difunden la producción de la gente de su lugar de pertenencia, entonces no sólo las elites tendrán presencia en el mundo de la información. Textos de origen supuestamente marginal podrán ser encontrados, valorados por otras personas y conservados para el futuro”.
Es posible advertir un vínculo entre la representatividad de los documentos y el concepto de identidad. Permiten concebir a la biblioteca como un espacio de construcción social. La historia misma nos ha ofrecido numerosos ejemplos. Se han llegado a quemar bibliotecas para eliminar la memoria de un pueblo, su consiguiente identidad, históricamente amparada en los acervos y en la labor de los bibliotecarios.
Independientemente del mayor valor que pueden atesorar las denominadas bibliotecas indígenas (Archivos orales, prácticas lingüísticas, producción documental endógena) se evidencia un motivo tal vez utópico con respecto a las colecciones impresas: la búsqueda de representación en los acervos bibliográficos. Una cosa es que los libros satisfagan un deseo de curiosidad en el usuario, otra muy distinta que el acervo represente la identidad de la comunidad donde pertenece.
Los documentos orales han sido extensivamente tratados por diferentes bibliotecarios en incontables publicaciones, ya nadie duda del enorme valor de un material donde sea posible escuchar una voz representativa, transmitiendo un conocimiento en la propia lengua, recreando un patrimonio cuya interpelación facilita la creación de nuevos documentos.
A lo largo del tiempo muchos filósofos han sostenido que la verdad no existe. Intentemos asociar el concepto de verdad con la representatividad y la utilidad social de los documentos. No se trata de una discusión bizantina. Las verdades se convirtieron en mitos porque en algún momento se cuestionó la fuente. Al no poder revisar lo sentenciado en la oralidad, la verdad se transformó en mentira y la mentira, sin embargo, fue representativa. Se instaló como memoria histórica porque fue necesario recogerla del olvido, porque invariablemente es necesario adscribir a un sentido de pertenencia bajo la forma de un documento que representa el conocimiento de un grupo de personas. Se tratan de acciones que fortalecen la idea de identidad en relación a la representatividad de los acervos.
A modo de conclusión
Tal vez el trabajo del bibliotecario consista en habilitar la arborescencia de los conceptos, desbrozar información y facilitarla al usuario. Es preciso favorecer la interpelación crítica de los acervos bibliográficos generados en forma local. Crear/cuestionar el alcance de la propia colección. Comprender la utilidad social de un documento que por siglos ha significado para las comunidades indígenas una suerte de paradigma y de imposición cultural. Estimo que siempre habrá libros en los estantes de una biblioteca indígena, la cuestión de fondo requerirá hacer un abordaje crítico de los objetos que pretenden una representación cultural. El trabajo técnico –interdisciplinario– requiere indagar sobre las etimologías, bajo un carácter interrogativo, entender el porqué de la creación de términos y el porqué de su arquitectura.
Acaso sea necesario un entendimiento endógeno de la disciplina, nacida hace siglos para perpetuar la memoria y fortalecer la identidad de los pueblos.
Bibliografía consultada
- Abya Yala. Abya Yala publicaciones [Sitio Web]. Disponible en http://www.abyayala.org/index.php
- Biblioteca Nacional de Argentina. Acervo Digital Anotado de Literatura Argentina. Disponible en http://adala.fahce.unlp.edu.ar/library
- FALCATO, Pedro. Lugares entre no-lugares. Inf. cult. soc., Ciudad Autónoma de Buenos Aires, n. 15, dic. 2006 . Disponible en http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-17402006000200001&script=sci_arttext
- Ministerio de Cultura de Colombia. Biblioteca Básica de los Pueblos Indígenas de Colombia. Disponible en http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biblioteca-indigena-colombia
Daniel Canosa. Bibliotecólogo argentino egresado del Instituto Superior de Formación Docente N° 35, Montegrande. Publicó algunos artículos sobre servicios bibliotecarios a comunidades indígenas, bibliotecas e inclusión social, oralidad, multiculturalidad y radios indígenas. Participó en congresos, seminarios, conferencias y talleres sobre la temática.Forma parte del comité de Redacción de la Revista Fuentes, perteneciente a la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia. Colaboró junto con la Fundación desde América en un proyecto de biblioteca indígena en una comunidad qom de Derqui, Buenos Aires (2009-2012) siendo Director del proyecto. Colabora como ayudante de cátedra en el Instituto Superior de Formación Docente N° 35, Montegrande. Actualmente forma parte, como colaborador, del programa radial El Orejiverde, idea y conducción de Carlos Martínez Sarasola.